Esta cuestión interesa mucho a padres y profesionales educativos. Tanto que, si conocemos de qué manera funciona la mente de nuestros niños, entenderemos el porqué de sus comportamientos, su rigidez, su necesidad de experimentar, comprobar… que a veces acaban con nuestra paciencia. Además, podremos adaptar nuestras explicaciones y juegos a cada momento evolutivo.

Apoyándonos en J.Piaget, os dejamos un pequeño viaje a través del pensamiento de los niños:

Los dos primeros años (0-2): Su mundo son las experiencias sensoriales

Ellos conocen a través de los sentidos, es una etapa en la que “todo va a la boca”. A través de ella conocen su temperatura, textura, sabor… Así que limpia con esmero sus juguetes, ofrécele cosas de gran tamaño, sin picos o peligros similares y déjale que experimente y conozca a su manera. Esta situación que todos conocemos de llegar al parque y comenzar a probar la arena, la pala y el cubo sucios… ¿os suena?, pues para ellos es inevitable. Ya al final del período podrán jugar de forma simbólica, ¿qué es esto?, juegos que representan cosas, personas y/o situaciones:  a peluqueras, tenderos, mamás y papás, médicos…

Desde los 2 a los 6 años:¡Cómo ha crecido mi niño! ¡Lo entiende todo!

Bueno, con algunas limitaciones. Son egocéntricos por naturaleza, no es nada malo, solamente que no entienden que pueda haber otros puntos de vista además del suyo: “lo mío es mejor porque me gusta a mí” ¡y ya está arreglado! Su razonamiento es simple, sacan conclusiones vinculando dos cosas que ocurren próximas en el tiempo o en el espacio. Un ejemplo claro, imagina que hoy ha venido un tío de visita y ha llovido, pues si quieres que vuelva a llover… ¡llama al tío que venga! Les resulta muy complicado clasificar, se centran en los detalles más sobresalientes. Por ejemplo, si tenemos 10 flores rojas y 4 amarillas… ¿cuántas flores tenemos? ¡10 flores! Vemos que son bastante rígidos en este período.

Desde los 6 a los 12 años: Van superando las limitaciones anteriores

Ya no se centran tanto es aspectos concretos y se vuelven más flexibles, más ágiles mentalmente. Ahora son capaces de clasificar y agrupar los que van juntos, ordenar por tamaños, jerarquizar, descentrarse… Descubren un mundo lleno de conocimientos que pueden adquirir y muestran gran interés por ello. Su memoria también retiene cada vez más datos. Al final de este período se muestran mentalmente más seguros, rápidos y eficaces. Aunque todavía sufren limitaciones en su capacidad de comprender conceptos abstractos. Por ejemplo, cuando preguntamos el significado de palabras como paz, bienestar, salud… nos hablarán de situaciones concretas: «cuando me enfado con mis amigos y luego nos perdonamos… (paz)», «cuando vamos al médico si estamos malos… (salud)»

A partir de los 12 años: El pensamiento adolescente

La capacidad de abstracción la tienen dominada, ahora sus limitaciones son otras, relacionadas con la adolescencia y la pubertad. Proyectar una buena imagen les preocupa, a veces actuarán como si hubiera una “audiencia imaginaria” que les observa cómo se comportan todo el tiempo. Lo que los demás piensan de ellos les dará quebraderos de cabeza, cuidado con esta etapa, mal abordado puede dar pie a la aparición de complejos o conductas alimentarias poco saludables. Viven sus experiencias como únicas e incomprensibles. Demos importancia a esta etapa, la invaden los cambios a nivel físico y mental, es poner un pie en la realidad adulta con todas las limitaciones que conlleva ser todavía un niño.

Nuestra mente evoluciona a lo largo de los años, no nacemos con un pensamiento adulto que nos permita comprender el mundo que nos rodea como lo hacen los mayores.  Estos períodos son flexibles, como todos los desarrollos que engloban al niño, y con tareas sencillas pueden mostrar rasgos de períodos posteriores. Pongámonos en su piel, miremos a través de sus ojos, de esta forma entenderemos su forma de ver el mundo en cada momento. Ser niño es una ventaja, sus fantasías, su realidad, entusiasmo y vitalidad, no les hagamos crecer tan rápido.

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