Imaginaros que una mañana cualquiera os despertáis y el mundo se ha quedado sin colores. ¿Qué hariais para recuperarlo? Pues esto es precisamente lo que le ocurre a la pequeña Violeta un buen día. Para conseguir que los colores y la alegría vuelvan a la ciudad, la niña cuenta con la inestimable ayuda de su querido, y un poco alocado, abuelo Filomeno.

Espero que disfrutéis de esta historia sin colores y que al leerla, os deis cuenta de lo importante que es la alegría en el mundo. Así que a leer y a sonreír mucho.

La ciudad sin colores

Cuando la pequeña Violeta se levantó aquella mañana comprobó con terror que su habitación se había quedado sin colores. Las paredes ya no eran amarillas sino blancas, su colcha azul se había vuelto grisácea y todos los libros de su estantería eran una triste y borrosa mancha oscura.

– ¿Qué ha pasado en esta habitación? – se preguntó la niña comprobando con alivio que su pelo seguía naranja como una zanahoria y que su pijama aún era de cuadraditos verdes.

Violeta miró por la ventana y observó horrorizada que no solo su habitación, ¡toda la ciudad se había vuelto gris y fea! Dispuesta a saber qué había ocurrido, Violeta se vistió con su vestido favorito, ese que estaba lleno de flores, cogió su mochila de rayas, se puso sus zapatos morados y se marchó a la calle.

Al poco tiempo de salir de su casa se encontró con un viejito oscuro como la noche sacando a un perro tan blanco que se confundía con la nada. Decidió preguntarle si sabía algo de por qué
los colores se habían marchado de la ciudad.

– Pues está claro. La gente está triste y en un mundo triste no hay lugar para los colores.

Y se marchó con su oscuridad y su tristeza. Violeta se quedó pensando en lo que había dicho el viejo, ¿sería verdad aquello? Pero no tuvo tiempo de hallar una respuesta porque, de repente, una mujer gris que arrastraba un carrito emborronado se chocó con ella. Después de pedir disculpas, Violeta decidió preguntarle sobre la tristeza del mundo.

– Pues está claro. La gente está triste porque nos hemos quedado sin colores.
– Pero si son los colores los que se han marchado por la tristeza del mundo…

La mujer se encogió de hombros con cara de no entender nada y siguió caminando. Violeta entró en el parque que había cerca y descubrió con enfado que hasta los árboles y las flores se habían quedado sin colores. En ese momento, una ardilla descolorida pasó por ahí.

– Ardilla, ¿sabes dónde están los colores? Hay quien dice que se han marchado porque el mundo está triste, pero hay otros que dicen que es el mundo el que se ha vuelto triste por la ausencia de colores.

La ardilla descolorida dejó de comer su castaña blanquecina, miró con curiosidad a Violeta y exclamó:

– Sin colores no hay alegría y sin alegría no hay colores. Busca la alegría y encontrarás los colores. Busca los colores y encontrarás la alegría.

Violeta se quedó pensativa durante un instante. ¡Qué cosa extraordinaria acababa de decir aquella inteligente ardilla descolorida!

La niña, cada vez más decidida a recuperar la alegría y los colores, decidió visitar a su abuelo Filomeno. El abuelo Filomeno era un pintor aficionado y también la persona más alegre que Violeta había conocido jamás. Como ella, el abuelo Filomeno tenía el pelo de su barba tan naranja como una zanahoria y una sonrisa tan grande y rosada como una rodaja de sandía. ¡Seguro que él sabía como arreglar aquel desastre!

En casa del abuelo Filomeno los colores no se habían marchado, ¿cómo iban a marcharse de aquella casa llena de alegría? Violeta tuvo que explicarle todo lo que había ocurrido porque no se había enterado de nada.

– ¡Qué se han marchado los colores! Pero eso es gravísimo, ¡tenemos que hacer algo!

Y después de zamparse un montón de golosinas (el abuelo Filomeno decía que eran malas para los dientes pero buenas para la felicidad), Violeta y su abuelo salieron a la calle con su maleta de pinturas.

– Vamos a pintar la alegría con nuestros colores – le explicó el abuelo Filomeno.
– Pero eso, ¿cómo se hace?
– Muy fácil, Violeta. Piensa en algo que te haga feliz…
– Jugar a la pelota en un campo de girasoles.
– Perfecto, pues vamos a ello…

Violeta y el abuelo Filomeno pintaron sobre las paredes grises del colegio un precioso campo de girasoles. Un policía incoloro que pasaba por allí quiso llamarles la atención, pero el abuelo Filomeno con su sonrisa de sandía le preguntó alegremente:

– Señor Policía, cuéntenos algo que le haga feliz…
– ¿Feliz? Un sofá cómodo junto a una chimenea donde leer una buena novela policiaca.

Y fue así como Violeta, el abuelo Filomeno y aquel policía incoloro se pusieron a pintar una enorme chimenea con una butaca de cuadros. Cuando estaban terminando, una mujer muy estirada y sin una pizca de color se acercó a ellos con cara de malas pulgas, pero el abuelo Filomeno con su sonrisa de sandía le preguntó alegremente:

– Descolorida señora, díganos algo que le haga muy feliz…
– ¿Feliz? ¿En estos tiempos grises? Déjeme que piense…una pastelería llena de buñuelos de chocolate.

Y fue así como Violeta, el abuelo Filomeno, el policía incoloro y la mujer estirada sin una pizca de color comenzaron a pintar una colorida pastelería.

Poco a poco, todos los habitantes de la ciudad fueron uniéndose a aquel grupo y llenando la ciudad de murales llenos de cosas maravillosas, que a todos ellos les hacían muy feliz. Cuando acabaron, la ciudad entera se había llenado de colores. Todos sonreían alegres ante aquellas paredes repletas de naranjas brillantes, azules marinos y verdes intensos. Volvían a ser felices y volvían de nuevo a llenarse de colores.

Terminada la aventura, el abuelo Filomeno acompañó a Violeta a su casa. Pero cuando iban ya a despedirse, a Violeta le entró una duda muy grande:

– Abuelo, ¿y si los colores vuelven a marcharse un día?
– Si se marchan tendremos que volver a sonreír. Solo así conseguiremos que regresen…

Y con su sonrisa de sandía, el abuelo Filomeno se dio media vuelta y continuó su camino a casa.

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