Seguro que habéis tenido alguna vez la sensación de que hemos comido demasiado. Pues bien, las chicas de Cuento a la vista nos traen una historia de lo más digestiva. Un cuento para niños sobre la amistad y también sobre la importancia de tener buenos hábitos alimenticios.

El cuento se llama «La dieta de Rino» y está escrito por María Bautista e ilustrado por Brenda Figueroa.

El cuento de «La dieta de Rino»

Hubo un tiempo, mucho antes de que se escribieran los primeros cuentos y los lobos y los cerdos se convirtieran en enemigos, en que estos animales eran muy buenos amigos. Eso a pesar de que eran tan distintos como la noche y el día.

Eso les pasaba a los protagonistas de esta historia: un pequeño lobo llamado Lupo y un cerdito de nombre Rino. Los dos eran muy amigos. Jugaban juntos a la pelota los días de sol y se escondían de la lluvia bajo el viejo castaño, mientras el pequeño lobo, que tenía mucha imaginación, le contaba historia imposibles a su amigo Rino.

Pero a veces, eso de ser tan diferentes, daba pie a más de una pequeña discusión.

Y es que el Rino era alegre, parlanchín y muy presumido. Le gustaba vestir siempre elegante y se pasaba horas delante del espejo peinándose con esmero. A veces, hacía esperar tanto a su amigo, que el pobre Lupo había cogido la costumbre de llevarse siempre un libro consigo. De esta forma, aunque el cerdito tardara horas en arreglarse, el lobo estaba entretenido.

– ¡Todo el día leyendo! Mira que eres pesado…
– ¿Yo? Si el que lleva media hora cepillándose el pelo eres tú.
– Y bien guapo que estoy.
– Bah, no sé por qué le das tanta importancia al aspecto. Yo sería tu amigo aunque fueras siempre despeinado…

Y es que el Lupo, era todo lo contrario a su amigo. Era silencioso, distraído y muy desastre. Nunca era capaz de combinar los colores y llevaba siempre unas camisas tan estrafalarias que el cerdito solía reírse de él.

– ¡Vaya pintas que llevas! Esa camisa amarilla está pasada de moda…
– A mí me gusta. Es cómoda y no se arruga. ¡Qué más da que ya no se lleve!

Rino ponía los ojos en blanco y suspiraba: ¡vaya desastre de lobo! Pero luego se iban al río de excursión y entonces daba igual que la camisa de Lupo fuera espantosa. ¡Lo pasaban tan bien! Cada uno llevaba su comida y juntos la ponían sobre el mantel. Después de hacer la digestión, el pequeño lobo, al que le gustaba mucho nadar, se metía en el río mientras el cerdito se tumbaba a dormir una siesta.

Eran felices y no tenían preocupaciones. Hasta que un día, Lupo fue a buscar a su amigo para hacer una excursión y se lo encontró dando voces muy enfadado en su habitación.

– ¿Qué ocurre? ¡Menudo escándalo estás organizando! – preguntó el lobo.
– ¡No consigo cerrarme los pantalones! Han debido encoger, porque la semana pasada me quedaban estupendos. ¡Y eran mis pantalones favoritos! – lloriqueó con tristeza el presumido Rino.

Lupo miró a su amigo y observó los pantalones detenidamente.

– Me parece que no son los pantalones los que han encogido…
– ¡Qué quieres decir! ¿No me estarás llamando gordo? – exclamó ofendido el cerdito.
– No he dicho eso, pero es posible que hayas engordado un poco y ahora no te quepan los pantalones.
– ¿Pero cómo es posible? Si yo me cuido muchísimo…
– No te preocupes, ponte otros pantalones y vámonos de excursión.

Sin parar de gruñir Rino se cambió de pantalones, cogió su cesta con la comida y siguió a su amigo, que, tan despistado como siempre, se había puesto un calcetín de cada color. ¡No tenía remedio!

Cuando llegaron junto al río, Lupo extendió el mantel y sacó su comida: una ensalada, un trozo de pescado y un par de piezas de fruta. Rino hizo lo mismo con la suya: una bolsa de patatas fritas, una hamburguesa con mucha mahonesa y de postre, un grasiento donut de chocolate. El lobo, al ver aquello, exclamó:

– ¡Cómo no vas a engordar, Rino! Fíjate en tu comida. Solo hay un montón de cosas grasientas. No tienes ni una pieza de fruta, ni una pizca de verdura, ni nada realmente sano.
– ¿Fruta, verdura? Pero es que eso es tan aburrido… ¡y no sabe tan rico como el chocolate!
– Qué va, todo es cuestión de acostumbrarse. A mí la fruta me encanta.
– Pues a mí no y no pienso comerla– exclamó enfadado el cerdito.
– Pues entonces no te quejes de que estás gordo.
– ¿No eras tú el que te pasas el día diciendo que el aspecto físico no es importante? Si quiero ser gordo es mi problema.
– Pues claro que es tu problema. No es una cuestión de físico. Es una cuestión de salud.
– Vaya tontería eso de la salud. Yo estoy muy sano.

Y para demostrarlo corrió hacia el río con la intención de meterse en el agua. Pero antes de llegar a la orilla tuvo que parar agotado.

– Ay madre mía, no puedo más…
– Ya te lo decía yo. El problema no es el físico, sino la salud.

Rino tuvo que reconocer que su amigo tenía razón. Así que volvió a sentarse junto al mantel y renunció a su comida grasienta. Desde entonces, fue siempre Lupo el que preparaba la comida cuando se iban de excursión y gracias a eso, el presumido Rino consiguió correr sin cansarse, saborear la fruta como si fuera chocolate y lo que más le importaba de todo: volverse a meter en sus pantalones favoritos.

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