Os traemos una nueva adaptación de un clásico de la literatura infantil: el patito feo. Pero, como en otras ocasiones, este cuento ha sido puesto patas arribas (o mejor dicho «patos arriba») por María Bautista, que ha contado con la estupenda ilustración de Vero Navarro.

Seguro que encontrais las diferencias entre el cuento original y esta extraña y divertida versión que nos traen las chicas de Cuento a la vista. ¡A disfrutarlo mucho!

El patito que nunca fue feo (pues no era patito)

Al llegar la primavera, los huevos que Mamá Pato había estado empollando durante todo el invierno comenzaron a resquebrajarse:

– ¡Qué emoción! ¿Cómo serán nuestros patitos? – comentaban con emoción Mamá y Papá Pato.

Uno a uno los cascarones blanquecinos fueron rompiéndose y los patitos salieron. Había uno amarillo al que llamaron Canario, había otro con las alitas oscuras al que llamaron Volador, había otra patita con el pico muy largo a la que bautizaron como Parlanchina y por último…por último había un huevo que no terminaba de resquebrajarse. Era más grande y oscuro que el resto. Todo los patitos lo miraban intrigados.

– ¿Por qué no saldrá ya de su caparazón? – se preguntaba preocupada Mamá Pato.

– Seguro que sale pronto, solo que es más lento que el resto – afirmó Papá Pato – Le llamaremos Tranquilo.

Pero Tranquilo aún tardó un par de días más en salir de su huevo. Para cuando lo hizo, Canario, Volador y Parlanchina ya se habían acostumbrado a jugar los tres juntos, y no necesitaban un nuevo hermanito. Para colmo, Tranquilo no era un patito como los demás. Era más alto y más torpón que el resto, además, tenía un color pardusco muy apagado, que contrastaba con las plumas brillantes de los otros.

– ¡Menudo patito más feo! ¡Yo no quiero que juegue con nosotros! – decían.

Mamá Pato, muy enfadada, regañó a sus hijos por tratar así a Tranquilo, pero esto, en vez de solucionar el problema no hizo sino empeorarlo, puesto que los patitos, al verse reprendidos por culpa del patito feo le cogieron más y más manía.

– ¿Qué culpa tenemos nosotros de que sea un patito feo y torpe?

El pobre Tranquilo, por mucho que Mamá Pato trataba de cuidar de él y de conseguir que se sintiera bien, sufría mucho con las burlas de sus hermanos. Se sentía diferente y fuera de lugar y comenzó a pensar que debía buscar su propio camino.

Pero el mismo día que estaba a punto de escapar de su familia, algo le ocurrió a Parlanchina. Tratando de picotear entre unos juncos, Parlanchina metió su largo pico en un tronco hueco, y por más que trató de sacarlo de ahí no lo consiguió. Canario y Volador, que iban jugando y nadando a su ritmo, no se dieron cuenta de nada, pero Tranquilo, que como siempre, iba más lento que el resto, se dio cuenta de todo.

– ¿Qué ha pasado, Parlanchina? ¿Estás bien?

– Niiiii, tingui il piqui itripidi in isti irbil –

La pobre Parlanchina no podía apenas abrir su pico, así que todo lo que decía lo decía con la i. Menos mal que Tranquilo entendió lo que pasaba y voló hasta donde estaba Mamá Pato para advertirle de lo que había ocurrido. Con ayuda del fuerte pico de Mamá, Parlanchina consiguió sacar su pico de ahí, pero ¡menudo susto que se había dado! La patita tuvo que reconocer que de no haber sido por el patito feo, la situación hubiera sido más fácil.

– Gracias, Tranquilo.

– De nada, Parlanchina, seguro que tú hubieras hecho lo mismo por mí.

Aquel gesto cambió la relación de los hermanos con el patito feo. Poco a poco fueron aceptándole, aunque tuviera las plumas oscuras, fuera más grande y menos ágil que todos ellos. De hecho, descubrieron que el patito feo podía ser muy divertido y que como era más grande que el resto, los demás patos de la charca no se atrevían a meterse con ellos.

También Tranquilo comenzó a sentirse a gusto con ellos, eso a pesar de que las diferencias entre los patitos y él eran cada vez mayores.

Un día, Tranquilo se despertó con los gritos de asombro de sus hermanos:

– ¿Pero qué te ha pasado? ¡Estás guapísimo!

Tranquilo se miró en el reflejo del río y vio que sus plumas oscuras habían dado paso a unas brillantes plumas blancas y que su cuello se había estirado.

Cuando Mamá Pato vio la transformación entendió lo que había ocurrido.

– Mi querido Tranquilo, tú no eres un pato, eres un cisne y aunque nosotros te queremos como eres, debes irte con tus hermanos cisnes.

Pero Tranquilo se había acostumbrado a convivir con los patos y se sentía uno más de ellos. También sus hermanos, aunque al principio les había costado aceptarlo porque era diferente, habían aprendido a quererle y no tenían ninguna intención de dejarle ir.

– ¡Quédate con nosotros! A nosotros nos da igual que seas cisne o pato. Para nosotros eres Tranquilo, nuestro hermano y lo serás siempre.

Tanto le rogaron, que el cisne Tranquilo aceptó y aquel patito feo (que nunca fue feo ni fue patito) se quedó con ellos para siempre.

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