Este relato de terror es un cuento infantil que nos lleva hasta el colegio, a la clase de ciencias. Allí está el profesor Melquíades, un científico un poco loco que enseñará a los niños una lección que no olvidarán jamás.

Con la nueva historia de miedo infantil de Cuento a la vista creado por María Bautista e ilustrado por Brenda Figueroa, los niños aprenderán que no siempre hay que dejarse llevar por la apariencia y el miedo. ¿Qué esconderá en su laboratorio el profesor Melquíades? La respuesta, en este cuento corto de terror

El extraño laboratorio del profesor Melquíades

Todos en el colegio creían que el profesor Melquíades era un poquito raro. Le llamaban el científico loco porque siempre estaba encerrado en el laboratorio con sus gafas de protección, su bata blanca y una sonrisa entre feliz y maligna que a todos los niños les daba un poco de miedo.

El laboratorio del colegio se escondía tras unas puertas metálicas de color rojo a las que solo se podía acceder con la autorización del profesor Melquíades. Por eso corrían leyendas sobre aquel lugar casi secreto, que todos imaginaban con un sitio oscuro, lleno de probetas humeantes donde se llevaban a cabo los más horrendos experimentos.

El profesor Melquíades, además de misterioso, tenía aquella voz metálica, que parecía salida de un ordenador y que tan intrigados tenía a todos los niños.

–¿No será un robot o un cyborg de esos que salen en los libros de ciencia ficción? Es imposible que alguien tenga una voz así –decían algunos niños.
–¿Y os habéis fijado en la cara que pone cuando sale del laboratorio?
–¡Es verdad! Como si no estuviera prestando atención a nadie.

Los niños tenían razón, cuando el profesor Melquíades salía de su laboratorio parecía como si su batería de robot se hubiera quedado vacía. En los pasillos, en las aulas o en la sala de profesores siempre tenía aquella cara de despistado, como si realmente no estuviera allí, sino pensando fórmulas mágicas en su laboratorio. Nunca saludaba por los pasillos, ni tomaba café con el resto de compañeros. Se quedaba entre sus probetas ideando nuevos experimentos.

Quizá por eso, cuando en el último curso, los niños más mayores comenzaron la clase de ciencias con el profesor Melquíades, todos resoplaban con miedo.

–¡Yo no quiero entrar en ese laboratorio! –decían los más miedicas.
–Seguro que nos convierte en ratas para luego experimentar con nosotros –decían los más fantásticos.

Pero cuando aquella puerta de metal rojo se abrió y los alumnos entraron, todos se quedaron sorprendidos al comprobar que aquel lugar no se parecía en nada a lo que se habían imaginado. Para empezar, el laboratorio era muy luminoso y no oscuro y tenebroso como todos se habían figurado. En las estanterías había probetas, y botes llenos de líquidos de colores, pero todo estaba en orden. El doctor Melquíades, sin gafas de protección, les pidió con su voz metálica que se fueran sentando por grupos.

En cada mesa, y aquello sí que era extraordinario, había objetos muy variopintos: huevos, miel, leche, un tornillo, aceite, un tomate, una pelota de ping-pong, un naipe.

–Pero, ¿qué vamos a hacer con todo esto?
–¿Una tarta?
–¿Con un tornillo?
–A lo mejor es el tornillo que le falta al profesor Melquíades.

Los niños empezaron a decir un montón de tonterías sin pensar, hasta que el profesor Melquíades les mandó callar con su voz metálica.

–Vamos a comenzar nuestros experimentos. La ciencia es muy importante para el mundo. Puede que no nos demos cuenta, pero todo lo que nos rodea es ciencia. Y aunque todos pensáis que la ciencia es aburrida, o que da miedo, hoy os demostraré que no tiene por qué serlo en absoluto.

El profesor Melquíades fue poco a poco explicando los pasos para hacer distintos experimentos: unos huevos resistentes a todo tipo de peso, otros que flotaban y no se hundían jamás y líquidos que se colocaban unos encima de otros haciendo un arcoíris. Los niños estaban fascinados.

Pero además de con los experimentos, los niños estaban muy sorprendidos con el profesor Melquíades. El científico loco, que nunca saludaba en los pasillos, que siempre parecía en otro mundo y que se reía como los malos de los dibujos animados, era en realidad un profesor excelente. Disfrutaba tanto compartiendo la ciencia con sus alumnos que cuando sonó la sirena que anunciaba el principio del recreo, la mayoría de los niños estaban tan entusiasmados con los experimentos que no querían salir al patio.

– Profesor Melquíades, explíquenos por qué ocurren todas estas cosas maravillosas.

Y el profesor, con su voz metálica, habló a sus alumnos de cosas rarísimas de las que nunca habían oído nada: la densidad de los cuerpos, la presión del aire, la resistencia o la descomposición de la luz. Todos estaban boquiabiertos.

Después de aquella clase llena de experimentos, llegaron muchas otras. El profesor Melquíades, al que nunca más llamaron científico loco, consiguió transmitir esa pasión por la ciencia a sus alumnos.

Con el tiempo, alguno de ellos hasta se vistió con bata blanca y gafas de protección y acabó trabajando en un laboratorio. Pero lo que no olvidaron ninguno fueron las clases de ese profesor raro y con voz robótica que les enseñó que la ciencia, aunque a veces no les prestemos demasiada atención, es fascinante y divertida al mismo tiempo.

 

¿Qué os ha parecido este cuento de miedo? Al final no daba tanto terror como parecía al principio ¿verdad? Lo importante es saber que la mayoría de las cosas que nos dan miedo tienen una explicación de lo más razonable, ¡como ocurría con el Profesor Melquíades!

4.9/5 - (410 votos)