Los viajes de Gulliver es un libro de aventuras que Jonathan Swift escribió en 1726. Narra los viajes de Gulliver, en total cuatro; pero sin duda el más famoso, y el que ha sido reproducido un sinfín de veces, incluso en películas, es el viaje a Liliput, la tierra de los hombrecitos diminutos.

A esta parte de Los viajes de Gulliver nos dedicaremos, uno de los cuentos clásicos más famosos. También, como es nuestra costumbre, os dejaremos el cuento animado para ver con los peques, y al final hablaremos sobre la moraleja de Los viajes de Gulliver.

Los viajes de Gulliver

Érase una vez un hombre llamado Gulliver, que era médico en un barco mercante. A bordo del Antílope, así se llamaba el navío, recorría tierras lejanas, pero nunca hubiera imaginado las aventuras que estaba a punto de enfrentar en su último viaje.

Llevaban muchos meses de navegación cuando, poco tiempo después de divisar unas tierras desconocidas, se desató una terrible tormenta. La fuerza de las olas y el viento arrastró al Antílope entre las rocas cercanas a la costa, y al estrellarse contra ellas, el barco se partió en dos y se hundió rápidamente. Gulliver nadó con todas sus fuerzas luchando contra el oleaje, y como pudo, llegó a la costa. No logró ver a ninguno de sus compañeros, y tristemente entendió que era el único sobreviviente del naufragio. Exhausto, cayó dormido sobre la arena.

El encuentro con los liliputienses

Cuando despertó, sintió que el sol brillaba intensamente en sus ojos. Quiso estirarse, pero horrorizado se dio cuenta de que no podía moverse. ¡Estaba atado! Tenía los brazos, las piernas y los cabellos anclados al suelo. Entonces sintió que algo le caminaba por el pecho. Levantó la cabeza lo poco que pudo y lo que vio lo dejó mudo: ¡un pequeño hombrecito alto como su meñique caminaba hacia su cara! De repente sintió otros cosquilleos por el cuerpo y pudo divisar a un buen número de hombrecitos que trepaban por su cuerpo, armados de arcos y flechas.

Gulliver trató de liberarse lanzando un alarido. Fue tan violento su grito, que algunos hombrecillos se cayeron al suelo, y otros escaparon aterrorizados. Pero poco a poco, viendo que Gulliver no podía soltarse de las ataduras, se fueron acercando, lanzando una lluvia de flechas. Las flechas eran pequeñitas y afiladas como agujas, y cuando caían sobre la cara o las manos de Gulliver, le provocaban un gran gran dolor. De nuevo luchó para romper sus ataduras, pero era en vano; las delgadas cuerdas estaban muy bien tensadas y no le permitían moverse. Después de luchar un rato, se dio por vencido y el cansancio le venció, y se quedó dormido.

Al rato lo despertaron unos golpes. De reojo pudo ver que los hombrecillos estaban terminando de construir al lado de su cabeza una plataforma de madera. Y también pudo ver como un hombrecillo muy elegante se subía a ella con ceremoniosa lentitud.

¡Hilo bigismo ad poples Liliput! Ig Golbasto magnifelus Emperoribory… -gritó el hombrecillo al oído de Gulliver.

Gulliver le respondió:

No comprendo. ¿Dice usted que su país se llama Liliput?

Gulliver tenía mucha sed y mucha hambre, y trató de hacérselo entender al hombrecillo. Al cabo de un rato le trajeron algo de beber, pero al parecer la bebida tenía dentro alguna droga, porque se quedó de nuevo dormido. Mientras dormía, cientos de hombrecillos construyeron una especie de carreta gigante, y entre todos, con la ayuda de palos, lo levantaron y lo subieron a ella. Más de mil pequeños caballos tiraron de la carreta para llevar a Gulliver hasta la ciudad, para presentarlo ante el emperador de Liliput.

Gulliver y el emperador

En las afueras de la ciudad, la caravana se detuvo, y dejaron a Gulliver junto a las ruinas de un viejo templo, con unas pesadas cadenas en los tobillos para que no pudiera escapar. Al despertar, Gulliver se sintió aliviado de poder moverse, porque ya no tenía cuerdas que lo sujetaran. Despacio se puso de pie y pudo mirar a su alrededor. Sorprendido, descubrió a sus pies una ciudad entera en miniatura, con sus calles, sus casas, sus parques, y miles de personitas que lo miraban asombrados.

Entre la multitud se abrió paso un caballo magnífico, cabalgado por un majestuoso hombrecito, algo más alto y mucho más elegante que los demás. Era el emperador de Liliput, que para la ocasión lucía sus mejores trajes y joyas. El pequeño emperador desmontó del caballo y se dirigió, junto con sus cortesanos, a una alta torre que había en el templo donde se encontraba Gulliver.

Desde allí, el emperador trató de hablar con el gigante usando unas bocinas. Pero aunque Gulliver sabía inglés, alemán, francés e italiano, no logró que aquellos hombrecitos le comprendieran, y el tampoco lograba entender lo que ellos le decían. El emperador bajó de la torre, dio algunas órdenes y de inmediato llegaron veinte carretas con carne, pan y barriles de vino.

Gulliver tenía tanta hambre que prácticamente vaciaba las carretas directamente en su boca. Cuando se bebió todos los barriles enteros de vino, algunos de los elegantes cortesanos y cortesanas se desmayaron de la impresión. Al final, el cortejo real se retiró y Gulliver quedó solo en el templo, con cientos de soldaditos en los alrededores que le vigilaban.

Gulliver hace amigos

Algunos de los habitantes de Liliput pensaban que tener a semejante gigante encadenado cerca de la ciudad era un peligro. Por eso aquella noche un grupo de hombres entró furtivamente en el templo y atacaron a Gulliver con flechas y lanzas. La guardia del emperador entró en acción y los neutralizaron, con las manos atadas a la espalda. El capitán de la guardia los condujo a punta de lanza ante las manos extendidas de Gulliver, y con ademanes pareció decirle: «Han intentado matarte, ¡ocúpate de ellos!»

Gulliver cogió entre sus manos a los atacantes, se puso cinco en el bolsillo, y al sexto lo sostuvo frente a su boca haciendo gestos de querer comérselo. ¡El hombrecillo gritaba y se sacudía desesperado! Pero Gulliver volvió a dejarlo en el suelo, y luego hizo lo mismo con los otros cinco. Los seis salieron corriendo sin perder un segundo.

Al día siguiente, toda la ciudad sabía la noticia y comentaba sobre la benevolencia del gigante. El emperador se reunió con sus ministros para discutir qué hacer con aquel extraño gigante que había llegado del mar.

Ehg, likibugal bigismo avidaly! -dijo el emperador, que significaba: “está claro que es un gigante amigable, no hay nada que temer”.

Una vez que se convencieron de que Gulliver no quería hacerles ningún daño, los liliputienses lo liberaron.

Contra los enemigos de Liliput

Gulliver

Pero debes dar vuelta a tus bolsillos -dijo el emperador- para asegurarnos de que no llevas armas peligrosas.

Gulliver ya comprendía algunas palabras del idioma liliputiense, así que obedeció: vació sus bolsillos y dejó sus pertenencias en el suelo. El emperador invitó a sus súbditos a acercarse para ver aquellos objetos maravillosos.

También nos debes prometer que vivirás en paz con todos los liliputienses, y nos defenderás de nuestros enemigos- dijo el emperador.

¿Tenéis enemigos, Majestad?- preguntó Gulliver.

Sí, estamos en guerra con la gente de Blefuscu. Viven en una isla del otro lado del mar.

Gulliver logró ver la isla poniéndose de puntillas, porque en realidad no estaba muy lejos. Pudo ver que en el puerto de Blefuscu había una flota de cincuenta barcos de guerra listos para zarpar: ¡los barcos parecían de juguete!

-Traedme cincuenta barras de hierro- dijo Gulliver.

Con esfuerzo, los liliputienses arrastraron las barras que el gigante pedía. Gulliver las dobló una a una como si fueran alfileres, transformándolas en anzuelos.

Ahora necesito la cuerda más fuerte que tengáis.

Gulliver ató el hilo que le llevaron a los anzuelos y entró al agua. Nadó unos pocos minutos hacia Blefuscu, y al llegar cerca de la costa se puso de pie y continuó caminando.

En la playa estaban los soldados de Blefuscu, listos para embarcarse e invadir Liliput. Pero cuando vieron asomarse al gigante de las aguas, se les heló la sangre por el miedo.

¡Giganticus! —gritaron, creyendo que Liliput había contratado a un horrible gigante para luchar contra ellos—. ¡Gentelilli enviagor ferrífero gigantico! ¡Mató ranos!

Todos, soldados y marineros, abandonaron sus puestos y corrieron a esconderse en las montañas cercanas a la costa. Entonces Gulliver tomó los anzuelos y fue enganchando uno a uno todos los barcos que había en el puerto. Luego, tirando de los hilos, se llevó los barcos hasta Liliput.

Cuando llegó a tierra, la gente de Liliput le aclamó:

¡Hurra para el Hombre Montaña¡ ¡El salvador de Liliput!

Gulliver dejó los barcos en el Puerto y fue a ver al emperador.

Majestad, quisiera saber por qué estáis en guerra con Blefuscu

Porque son malos!- dijo el emperador- ¿Sabes lo que hacen? ¡Comen los huevos pasados por agua agujereando la parte redonda! ¿Te lo puedes imaginar? ¡Qué costumbre más repugnante! Pero ahora que les hemos derrotado, les obligaremos a comerlos por la parte puntiaguda.

Gulliver no daba crédito a lo que oía.

-¿Y por eso estáis en guerra? Si lo hubiera sabido no os habría ayudado.

El final del viaje

De repente, Gulliver se sintió muy solo entre aquella gente. Extrañaba su casa, su familia, y sentía mucha pena por los blefuscus que había ayudado a derrotar, así que decidió ir a disculparse. Pero cuando el emperador lo supo, se enfureció:

-¡Traidor! ¡Debe morir! ¡Seguro que en este momento está comiendo un huevo por la parte redonda!

El primer ministro quiso tranquilizar al emperador, y le señaló que tener un gigante a su servicio era muy útil.

-Entonces- replicó el emperador- le arrancaré los ojos.

El heraldo del reino fue enviado a comunicar el castigo. Gulliver había vuelto de Blefuscu y se había tumbado al sol para secarse. El heraldo se paró junto a su oreja y gritó:

– ¡Hombre Montaña, extranjero y traidor! El glorioso emperador ha decidido perdonarte la vida.

Gulliver lo miró sorprendido.

-Pero como castigo a tu traición, los arqueros reales te arrancarán los ojos con sus flechas, mañana al mediodía- y cerrando su pergamino, se retiró por donde había venido.

Gulliver recogió su chaqueta, su sombrero y su pistola y salió corriendo hacia el puerto. Allí se encontraba el galeón real del emperador, el barco más grande de Liliput. Cargó sus pertenencias en el galeón, lo sacó del puerto y salió nadando al mar. Sin mirar atrás nadó y nadó hasta que se sintió seguro; entonces se trepó al galeón como pudo, ya que no era más grande que una cuna, y con los brazos y las piernas colgando por el borde se dejó llevar por la corriente.

Gulliver flotó sin rumbo hasta que el cansancio lo venció y se quedó dormido. Pero entonces, cuando todo parecía perdido, desde lo alto del palo mayor de un barco mercante un marinero lo divisó con su catalejos. Enseguida bajaron un bote para ir a rescatarle, y una vez en el barco, Gulliver dio las gracias al capitán y, por primera vez en mucho tiempo, pudo dormir en una cama. Durante el largo viaje de vuelta a casa, cada noche a la hora de la cena, Gulliver contaba sus extraordinarias aventuras en Liliput al capitán y sus marineros.

Los viajes de Gulliver, cuento animado

Si en alguna ocasión os apetece escuchar y ver el cuento Los viajes de Gulliver os dejamos también la versión animada.

La moraleja de Los viajes de Gulliver

La aventura en Liliput de Los viajes de Gulliver tiene un mensaje muy actual, ¿no os parece? Habla de cómo las sociedades juzgan al diferente, que puede ser un «extranjero» o alguien que come los huevos por el lado que creen equivocado. La moraleja del cuento es que no se debe juzgar a las personas de manera superficial, basándonos en las diferencias en vez que en que nos une como seres humanos.

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Viajes De Gulliver

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