Seguro que muchos conocéis el cuento de Pulgarcito, aquel niño tan pequeño como un pulgar que vivía algunas aventuras extraordinarias. Cuento a la vista ha convertido a Pulgarcito en Pulgarcita y ha puesto patas arriba este cuento infantil para hablarnos de la importancia de confiar en nuestros hijos, no sobreprotegerles demasiado,  y de dejarles que poco a poco vayan descubriendo el mundo.

La historia está escrita por la psicóloga Carolina Fernández y la ilustración es de Raquel Blázquez. ¿Os animáis a conocer el mundo de Pulgarcita?

Pulgarcita conoce el mundo

Cuentan que una vez, una joven pareja deseaba tantísimo tener un bebé que acudieron a ver al Mago de aquel pueblo. El Mago sin dudarlo comenzó a buscar entre todas sus pócimas, hechizos y artilugios hasta que encontró una semilla de cebada. Les contó que era una semilla especial que tendrían que plantar en una maceta y regarla, hablarla y cantarla cada día. Ellos así lo hicieron y la semilla comenzó a crecer. Un día encontraron una gran flor roja de pétalos largos. La pareja se acercó a oler la flor y una voz preciosa comenzó a sonar. Justo entonces, los pétalos se abrieron y una niña de sonrisa inmensa y pelo rojo apareció sentada en aquella flor.

Eran tan pequeña como un pulgar y por eso decidieron llamarla Pulgarcita. Encontraron una cáscara de nuez para dormir, unos pétalos para taparla y un botón para que pudiera comer. Pulgarcita cantaba cada día alegrando aquella casa. Sin embargo, aunque aquella niña quería a su papá y a su mamá y le gustaba su nuez, sus pétalos y cantar cada día, no era feliz. Ella lo que realmente quería era conocer más allá de aquella casa y aquellos pétalos, quería descubrir el mundo con sus propios ojos. Pero su papá y su mamá le decían;

– Pulgarcita, eres muy pequeña, alguien te podría pisar, te podrías perder o algún animal te podría comer.

Pulgarcita estaba cansada de todas aquellas cosas horribles que podían pasar y por las que no la dejaban salir de su casa. Así que mientras miraba por la ventana, imaginaba como sería el mundo e inventaba canciones. Un día en medio de la noche un sapo entró por la ventana y vio a aquella niña que había estado escuchando cantar durante tanto tiempo y pensó:

– Es perfecta para casarse con mi hijo y alegrar el río con sus canciones.

Cogió a Pulgarcita y se la llevó con él. Cuando Pulgarcita despertó y vio donde estaba se asustó, pero apretó los dientes e intentó no llorar mientras gritaba donde estaba y que habían hecho con su papá y su mamá. El sapo le explicó que ahora iba a vivir en el río, iba a casarse con su hijo Gustavo e iba a ser la princesa cantarina.

A Pulgarcita no le sonó muy mal, pero tampoco le sonó muy bien. Ahora que había conseguido salir de su cáscara de nuez, ¿por qué tenía que estar atrapada otra vez en un río y casarse con alguien que no conocía? Sin embargo, no le quedó otro remedio. Por suerte, el príncipe Gustavo era muy simpático, y con el tiempo Pulgarcita y él se hicieron grandes amigos. Pero aquello no era lo que Pulgarcita quería:

– Gustavo, yo me lo paso muy bien en el río, nunca antes había visto lo que eran los sapos, los peces, ni tanta agua. Pero quiero conocer qué hay más allá de todo esto.

Gustavo comprendió a su amiga, él tampoco quería casarse todavía, así que decidió ayudar a Pulgarcita y juntos comenzaron a pensar un plan. El príncipe era muy conocido en aquel bosque así que con la ayuda de las truchas y las golondrinas pusieron en marcha la huida de Pulgarcita. Aquella mañana Pugarcita se despidió de su amigo Gustavo:

– Muchas gracias por todo, Gustavo, eres un gran amigo y prometo que volveré para vernos de nuevo.

Y Pulgarcita montada en la trucha comenzó a bajar el río hasta que las golondrinas la tomaron en sus alas y la llevaron por el cielo. Pulgarcita miraba los árboles y las montañas con la boca abierta. Nunca había imaginado que el mundo tuviera tantos colores.

Una vez que había aprendido a volar en las alas de las golondrinas y a dormir en los nidos, Pulgarcita conoció a los castores.

– ¿Queres venir con nosotros? ¡Te enseñaremos a dormir dentro de los árboles y a correr por el bosque!

Pulgarcita aceptó y durante un tiempo vivió con ellos. Como era tan pequeña y aquel bosque era tan grande, tuvo que prestar mucha atención para aprender a correr sin tropezarse, a no perderse y a no ser devorada por otros animales. Aquello era más difícil de lo que parecía pero Pulgarcita era lista y en poco tiempo aprendió a trepar a los árboles, a camuflarse en las ramas y a nadar en el río montada en grandes hojas verdes.

Pero, aunque Pulgarcita era feliz en aquel lugar, y todos sus amigos le habían enseñado mucho más de lo que nunca hubiera imaginado, la niña se dio cuenta de que echaba de menos a su papá y su mamá.

– Vivir con vosotros ha sido muy divertido, pero me gustaría volver a mi casa, estar con mis padres y saber cómo es jugar, aprender a leer e ir a la escuela.

Pulgarcita tenía ganas de conocer cómo sería vivir el mundo con amigos como ella: otros niños y niñas. Y sobre todo echaba de menos inventar canciones y cantar.

Así que una buena mañana, Pulgarcita decidió volver a casa. Con ayuda de los castores abandonó el bosque. Cuando su padre y su madre la vieron, se pusieron tan contentos que lloraron de alegría. Por fin había vuelto la alegría a casa. Pero esta vez Pulgarcita les explicó que aunque fuera pequeña, quería jugar con otros niños y otras niñas, quería aprender e ir a la escuela, y cuando fuera mayor, aunque siguiera siendo pequeña, quería seguir haciendo canciones y cantando.

Los padres de Pulgarcita se dieron cuenta, de que su hija era mucho más valiente y lista de lo que imaginaban Y es que aunque Pulgarcita fuera diminuta, tenía que poder vivir cómo las demás niñas. Ese mismo día Pulgarcita salió al parque por primera vez. Y allí estaban: los niños y las niñas de aquel pueblo. Esperándola…

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