El cuento a la vista de esta semana nos lleva hasta la costa, hasta un pueblo con mar en el que no para de llover. ¿Quién no ha tenido unas vacaciones en las que la lluvia lo ha estropeado todo? Seguro que más de uno. Con este cuento queremos demostrar que a veces, hasta las vacaciones más desastrosas se pueden salvar con la ayuda de la fantasía, porque no hay nada mejor que la imaginación para escaparse de la realidad y dibujarse una a medida mucho más perfecta.

Espero que disfrutéis con la aventura del niño David y sus sueños piratas.

El niño David y la ballena

Llevaba cuatro días lloviendo sin parar. Los cuatro días que David y su familia llevaban de vacaciones.

Llovía con fuerza sobre la playa vacía, llovía sin tregua sobre el techo de la caravana en la que el niño David y su familia inventaban maneras de pasar el tiempo, de esperar a que aquella lluvia interminable se tomara un descanso.

Jugaron a las cartas.
Jugaron a la oca y al parchís.
Jugaron al ajedrez, a las damas y también al dominó.
Pero el tiempo no pasaba.
La lluvia tampoco.

El niño David miraba por la ventana y suspiraba. Él tenía tantos proyectos para aquellas vacaciones en el mar…

Quería construir un castillo de arena e invitar a su princesa a jugar a las palas.
Quería bucear entre las olas y que las sirenas le enseñaran a respirar bajo el agua.
Quería después nadar y nadar y nadar. Llegar a alta mar y encontrarse con unos piratas de los de parche en el ojo y pata de palo.
Quería navegar con ellos por mil mares, de punta a punta del planeta, por cada continente y cada océano. Después, cuando decidiera volver a casa, cansado de tanto conocer mundo, lo haría subido a una enorme ballena.

Sería una ballena de piel brillante, que siempre le daría conversación, y siempre sería de lo más interesante.
Ella le contaría lo que era ser una ballena, y el niño David que no siempre le gustaba ir a la escuela.
Ella le hablaría de los cazadores furtivos, y él de lo que era ser un pirata fugitivo.
Ella, que como todas las ballenas sería vegetariana, le enseñaría a comer placton y otras plantas, y el niño David, muy sorprendido, se lo comería como si fuera el mejor de los bocadillos.

Luego, cuando llegaran de vuelta a la playa, ella se despediría soltando por sus pulmones un chorro de agua.

Y David saldría despedido hasta la playa, a donde llegaría hecho todo un pirata…

– David, David…¡deja de dormir! Ponte el bañador que ha salido el sol…

Así que por fin se fueron a la playa…
¿Cumpliría el niño David sus propósitos de pirata?

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